martes, 30 de abril de 2013

La Conjura de los Necios II


"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra el"
                                          Jonathan Swift


Esta es la frase que abre la novela, y en torno a la cual gira todo su argumento: la crítica descripción de la sociedad americana por parte del autor, vista desde el punto de vista de un personaje (el supuesto genio) totalmente nauseabundo y repulsivo con el fin de hacernos sentir parte de esa necedad de la sociedad actual.

¿Y qué sociedad es esta? Pues no es otra que una en la que sus miembros exigen su derecho a la sandez, y que expulsan de ella a todo aquel que alce su cabeza por encima de ella, y condenan al destierro social a quien se muestre diferente en pensamientos, acciones, gustos, o juicios que la gran mayoría de necios. Se muestran agresivos a aquellos que puedan agredir el estilo burgués de vida moderno ver fragmento

Se hace defensa constante de que esta sandez ya mencionada no es más que los valores medios de la sociedad media estadounidense, que según Ignatius son una falta de "teología y geometría", aparte de "ataques al buen gusto y la decencia".  Todo esto nace de la combinación de varios pensamientos filosóficos; en primer lugar el principio de identidad: que todos sean iguales, piensen igual y deliberadamente deseen no ser distintos; en segundo lugar una compleja teoría fatalista inspirada en Boecio y Rosvita, según la cual dice:

Me niego a «mirar hacia arriba». El optimismo me da náuseas. Es perverso. La posición propia del hombre en el universo, desde la Caída, ha sido la de la miseria y el dolor.

Según esto, todo en la vida del hombre es ponzoña, incluido el propio hombre (de hecho, según él, el peor destino que podría tener la humanidad es su perpetuación), y todo intento de ocultarla o salir de ella no es más que una muestra de negación y "estupidez mongoloide". ver fragmento

Y en ese contexto, aparece Ignatius. J. Reilly, un hombre de 31 años, licenciado en historia medieval, que vive con su madre, y de la paga de la seguridad social de esta, y que pasa sus días escribiendo una gran obra filosófica en una serie de cuadernos Gran Jefe que cree que logrará devolver a la Humanidad a su cauce de decencia y buen gusto. ver fragmento

Pero esto cambiará cuando tenga que buscar trabajo para pagar los destrozos causados por su madre al conducir ebria, que le obligará a enfrentarse a esa sociedad que tanto rechaza, y que tanto le repudia, y será entonces cuando tome verdadero sentido las palabras que abren la novela; pues mientras se hallaba recluido,  le era indiferente al mundo; podía ser todo lo extraño, dañino a la vista, el olfato y el oído y ofensivo que quisiera, pues no podía afectar; pero si entra en contacto con la sociedad, la cosa cambia. Múltiples personajes intentarán (casi) destruirle, incluida su propia madre, sus jefes, miembros de la policía, dispensadores de pornografía a escolares, camareros, etc... y todo ello, por un lado, por el choque que supone este sujeto que en sí supone una crítica destructiva al mundo, y por otro, por sus efusivos intentos de cambiar el mundo antes de que este le cambie a él, como son "La Cruzada por la Dignidad Mora" o "El Partido por la Paz"(con el que planea dominar el mundo a base de infiltrar a homosexuales en los cuerpos armados de todos los países para que en lugar de guerras realicen fiestas de disfraces y cócteles).

Ante esta situación se verá obligado a huir de dicho entorno, ante el que no es capaz de resistir, se ha granjeado demasiados enemigos como para seguir luchando. Curiosamente huirá con una muchacha neoliberal a la que critica durante toda la obra; pero que igualmente se hallaba recluida y atacada por una sociedad que no se asemeja en nada a ella; dando a entender un posible doble final; o bien Ignatius reconoce que no es posible continuar luchando contra todo un mundo que ataca al diferente y desprecia la inteligencia, si solo acepta jugar según sus propias reglas, y por lo tanto sucumbe a la necedad, o bien ha logrado encontrar en la huida su lugar en el mundo, junto a los diferentes y los marginados de la sociedad, que son quienes realmente deberían formarla.

Realmente queda mucho que decir sobre el grandioso personaje que es Ignatius, y su crítica social; o el hecho de que sus postulados a veces resultan contradictorios (por ejemplo, predica la decencia, la geometría y la teología, pero se pasa el día masturbándose y comiendo bollos; o se obliga a ver películas y espectáculos que considera una "grotesca muestra de subnormalidad", o el hecho de que reniege totalmente a ser autónomo, sino totalmente dependiente hasta el punto de negarse a trabajar por considerar que es pernicioso; su válvula pilórica, que se cierra cada vez que siente el descontento con la sociedad produciéndole gases, etc, etc, y un larguísimo etcétera), y demás apartados, pero ante todo es importante de él su crítica a la sociedad y lo basto que es en ella.

Por último, hacer un inciso en lo repugnante que resulta al lector, que siente por él a partes iguales admiración, respeto, odio, y admiración, ante lo cual solo diría que no se le juzgase mucho, pues ya lo dice él:
""Sin duda, todas estas pseudopedantes críticas no hacen más que alimentar mi ego y darme diversos puntos de vista para describir a esos mongoloides y toscos que hacen elocuencia de su inteligencia. Llegué a la conclusión de que son todos unos cerdos y nunca van a comprender mi delicada psique." 

No hay comentarios:

Publicar un comentario